lunes, 14 de junio de 2010

LOS VALORES MORALES

Un día un poeta cualquiera decidió hacer un viaje por el mundo para recuperar su inspiración perdida; lo vendió todo y se compró una vieja avioneta. La bautizó como “Filosofía” y se lanzó a su viaje, cuyo primer destino fue Irán y su cultura islámica.

Nada más aterrizar recordó las mujeres que paseaban en verano por el parque de enfrente de su casa con trajes de manga corta y camisetas de colores vivos adaptados al calor, pues contrastaban con las largas vestimentas de las mujeres de allí, que con sus negros burkas que les tapaban la cara, parecían inmunes al asfixiante calor; era incomprensible.

No pudiendo aguantarse más, preguntó a un hombre por qué las mujeres iban así, a lo que éste contestó:
-Es cosa de costumbres; son nuestra historia y nuestros valores.

El poeta, impresionado, meditó sobre aquella respuesta, y tras pasar dos días en aquella tierra de lapidaciones callejeras y discriminación “culturales, autóctonas y justificadas”, voló a su siguiente destino; la lejana China.

Llegó y vio un país comunista, en el que las libertades no se sentían y el gobierno sólo buscaba que sus habitantes vivieran para trabajar y servir al estado y en el que la gente, frenética, no tenía tiempo para ella misma.

Con el mismo procedimiento, paró a un hombre y le preguntó que por qué en ese país no encontraban tiempo para vivir en vez de vivir para trabajar, a lo que el chino le respondió:
-Es nuestra forma de vida; nos educan así.

Igualmente extrañado por tan extraña forma de vida, se cansó del país y voló a una pequeña isla del pacífico sur, en busca de inspiración, pues las puestas de sol de allí son bastante famosas.

Aun así, no encontró ninguna puesta de sol, sino una tribu de caníbales que se comía a sus enemigos, algo bastante típico de por allí. Como pudo, le preguntó al jefe de la tribu el por qué de su canibalismo, a lo que éste respondió algo así como “los dioses lo quieren así” y “llevamos haciéndolo desde siempre”. El poeta empezaba a sacar conclusiones.

Como estaba ansioso de civilización, puso rumbo a los Estados Unidos y aterrizó en el conservador estado de Florida: un lugar civilizado, moderno y con encanto, pero en el que la gente podía comprar armas de fuego y en el que la pena de muerte permanecía vigente, y preguntó a un orgulloso americano, que le explicó:
-Es inconcebible para nosotros un país en el que un asesino no muera tras matar; si no hay castigos duros, seguirá habiendo crímenes.

El poeta, aunque discrepaba de la opinión del americano, no dijo nada, y como estaba cansado y tenía ganas de escribir, decidió volver a su país; Grecia.

Sobrevolando el parlamento griego en Atenas ya muy cerca de su casa, se dio cuenta de que en aquel edificio se hablaba de cosas muy distintas de las que se hablaba, por ejemplo, en China o en América, que no todos los países tenían la misma cultura, ni todos sus habitantes la misma forma de pensar; que nada era universal, y todo era relativo.
Nada más llegar a su casa, el poeta sintió que había recuperado su inspiración.

ANTONIO VERDE LOPEZ

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